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En los últimos meses, varios artistas levantaron la voz contra Spotify y su fundador, Daniel Ek, tras revelarse que invirtió cientos de millones de euros en Helsing, una empresa de drones de guerra potenciados por inteligencia artificial. Artistas y bandas como Rubén Albarrán (Café Tacvba), Xiu Xiu, King Gizzard & The Lizard Wizard y Deerhoof decidieron retirar su música de la plataforma en protesta. El mensaje es claro: no quieren que su arte esté ligado al negocio de la guerra.
Ahora bien: ¿el problema es Spotify o estamos mirando en la dirección equivocada?
«POSTEARÉ EN MI CUENTA DE INSTAGRAM QUE ES SPOTIFY ES MALO»
Criticar a Spotify es justo, pero a medias. Hay algo extraño en señalarlo con tanto fervor mientras seguimos consumiendo sin cuestionamientos Netflix, Disney+ o Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp). Porque detrás de todas ellas están los mismos fondos de inversión que financian —aún con más fuerza— la industria armamentística global.
Los fondos pulpo que tienen deuda argentina y acciones en todo
Tres nombres dominan Wall Street y, en consecuencia, gran parte del mundo corporativo: Vanguard, BlackRock y State Street. Estos fondos son los mayores accionistas de casi todo lo que usamos a diario, también de casi todo lo que produce armas y, dicho sea de paso, de deuda soberana Argentina.
Veamos:
- Netflix: Vanguard posee ~8,5%, BlackRock ~7,3% y State Street ~4% de la compañía.
- Disney (Disney+): Vanguard ~8,6%, BlackRock ~7,2% y State Street ~4,3%.
- Meta (Facebook/Instagram/WhatsApp): Vanguard ~8,8%, BlackRock ~7,7% y State Street ~4%.
Al mismo tiempo:
- Lockheed Martin (mayor contratista de defensa del planeta): State Street 15%, Vanguard 9%, BlackRock 7,5%.
- Boeing (aviación civil y militar): Vanguard 8,7%, BlackRock 6,7%.
- Raytheon, Northrop Grumman, General Dynamics: todos con participaciones significativas de los tres grandes.
BlackRock incluso lanzó en 2025 un ETF exclusivo para defensa (IDEF), invirtiendo activamente en RTX, Boeing, Palantir, GE Aerospace y Airbus.
¿Y ENTONCES?
Se acusa a Spotify de estar contaminada por la guerra, pero al mismo tiempo aceptamos tranquilamente ver series en Netflix, maratonear en Disney+ o pasar horas en Instagram, sin detenernos a pensar que sus mayores accionistas son exactamente los mismos que financian a Lockheed Martin o Raytheon.
No se trata de defender a Spotify (por mi que muera). Se trata de exponer que el problema es muchísimo mayor. Los grandes fondos de inversión no discriminan: ponen dinero en ocio, en tecnología y en armamento. Y nosotros, como sociedad, los financiamos indirectamente cada vez que consumimos estos servicios o invertimos en un fondo de pensión. Incluso cuando nos quejamos como unos pajeros compartiendo historias o tweets.
TODO BIEN IGUAL
No tiene sentido acusar a quienes de buena fe reaccionan contra Spotify. Su preocupación es válida. Lo que sí podemos hacer es llevar la discusión un paso más allá: ¿qué hacemos nosotros frente a este entramado global?
- ¿Podemos construir espacios culturales y plataformas alternativas, más autónomas y menos dependientes de esos fondos? ¿Podremos recuperar el valor de la palabra SOBERANÍA?
- ¿Podemos organizar nuestras economías creativas de manera que nos den poder real sobre la circulación de nuestras obras?
- ¿Podemos aprovechar la tecnología para crear redes cooperativas de difusión, distribución y financiamiento, que tiendan puentes y no levanten muros?
O SEA, DIGAMOS
La indignación contra Spotify puede ser un punto de partida, pero no debería ser el punto de llegada. Porque aunque todos los artistas abandonen esa plataforma, el dinero global seguirá fluyendo hacia los mismos actores financieros que sostienen tanto nuestro entretenimiento como las guerras si seguimos discutiendo las boludeces que nos plantean. Las famosas revoluciones de colores.
La pregunta clave no es solo si debemos cancelar Spotify, sino: ¿cómo podemos pensar fuera de la caja para transformar esta discusión en algo que nos sirva a nosotros? ¿Cómo hacemos para que la conciencia sobre estas contra
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